«No podemos calcular los ingresos, porque los impuestos han sido suprimidos»
Lenin1.
Sin desmarcarse de la obviedad, un sociólogo objetó que «las investigaciones de El Capital se hicieron para confirmar una doctrina preestablecida, en vez de ser esa doctrina el resultado de alguna investigación»2. Menos obvio es recordar que Marx se detuvo bruscamente cuando sus manuscritos contenían la totalidad de los cuatro volúmenes previstos, y solo faltaba precisar cómo el plusvalor se convierte en tasa de beneficio. Lejos de usar escritos ulteriores, Engels hubo de completar esa omisión recurriendo a escritos previos, quizá porque la irrupción del marginalismo dinamitaba el puente entre valor de cambio y «trabajo social medido por unidad de tiempo», imponiendo no solo combatir contra las estadísticas sino contra un modo menos tortuoso de pensar los precios3.
La ferocidad con la cual trata Marx a los economistas de su generación le valdrá descalificaciones análogas4, así como juicios más ponderados. Galbraith no pone en duda la agudeza de su pensamiento, aunque el influjo de «un ánimo poco equitativo y bastante ofuscación» explica por qué «la historia y el desarrollo de la sociedad económica fueron tan inmisericordes con él»5. Schumpeter le considera no solo un profeta sino un científico, pionero a la hora de introducir factores dinámicos en la estructura económica, sin perjuicio de que El Capital sea un libro «difuso y repetitivo, inconcluso en la argumentación de un sistema gravemente equivocado, incapaz de no violentar los hechos»6. Marx se vio a sí mismo siempre como un devoto de la objetividad —y denunció «la arrogancia repulsiva de todos los vendedores de panaceas»7—, sin perjuicio de ignorar el estado de cosas en algunas ocasiones.

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