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La Emboscadura

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9 de octubre de 2017

Pensaba escribir sobre el derecho de secesión, que años atrás me tuvo debatiendo con Fernando Savater, a quien acabé dando toda la razón en el caso vasco, cuando parece mucho más urgente empezar sopesando la metamorfosis del término “violencia”. En efecto, compruebo que expresiones como abuso de fuerza y brutalidad desmedida se emplean para describir la actuación policial en Barcelona desde la Semana Trágica (1909) a las Jornadas de Mayo (1937) y al 1-O de 2017 –sin ir más lejos, anteayer nuestra alcaldesa apareció “horrorizada ante tanta violencia“-, aunque los muertos fueron pasando de miles a cientos, y de cientos a dos heridos leves por arma blanca, con un caballero comprensiblemente molesto por un pelotazo de goma en uno de sus ojos.  

¡Qué inmenso progreso, no matar a mansalva, sacando de sus féretros a las odiadas monjas, y tampoco tomarla con trotskistas y anarquistas! Pero ¿por qué no reconocerlo? Tuvimos cuatro guerras civiles en un siglo, dos disfrazadas de carlistas, y en 1937 la pendencia PC-POUM abonó actos tan peregrinos como situar un cañón a tres metros de un cine lleno y dispararlo. No obstante, es hoy cuando Podemos habla de “800 heridos, orden de apalear ancianos y reino de la represión”. En paralelo, y suponiendo que nadie amenaza ni tira objetos a los antidisturbios, Pedro Sánchez desautoriza las “cargas policiales”: en vez de cargar permanecerán estoicamente donde están, o irán despacito de aquí para allá. En otro caso los oráculos del buenismo –NY Times, Washington Post, Le Monde- denunciarán la “desproporcionalidad”.  

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